La memoria de un pueblo, una nación, un país está sustentada por
elementos materiales y simbólicos. Textos, fotografías, monumentos o edificios
que albergaron las experiencias de vida del pasado conforman el patrimonio
colectivo, entendido como todo aquello que socialmente se considera digno de
conservación independientemente de su interés utilitario. Se ha señalado
justamente que el patrimonio es una invención porque tiene la capacidad de
generar discursos que naturalizan determinadas representaciones de la realidad
y también una construcción social que responde a los procesos de legitimación
de esos discursos mas o menos inalterados (Prats, 1998).
Desde esta conceptualización observamos que el patrimonio mantiene activos los vínculos con el pasado, es el legado de la historia que ha sobrevivido en el tiempo y nos llega para rehacer la relación entre lo actual y el mundo que ya pasó (Ballart 1997). El patrimonio es en definitiva esa parte de la memoria que se ha podido mantener, aunque sea parcialmente, a través de los relatos y otros bienes materiales.
El ex Presidio es uno de los lugares de la memoria no sólo por lo que representa el edificio histórico en sí sino porque debe ser un espacio para la reflexión y la interpretación; “interpretación como interversión” -incorporación de otros relatos, testimonios, visiones, versiones- e “interpretación como intervención” -incidencia del discurso del profesional en turismo en la construcción de versiones identitarias-
Desde esta conceptualización observamos que el patrimonio mantiene activos los vínculos con el pasado, es el legado de la historia que ha sobrevivido en el tiempo y nos llega para rehacer la relación entre lo actual y el mundo que ya pasó (Ballart 1997). El patrimonio es en definitiva esa parte de la memoria que se ha podido mantener, aunque sea parcialmente, a través de los relatos y otros bienes materiales.
Durante
mucho tiempo la memoria pareció ser expresión y legitimación de las clases
dominantes. Hoy necesitamos que la historia y el patrimonio sean
re-significados para la construcción de un proyecto más amplio. Como señala
Noemí Girbal (2003), “en tiempos de desconcierto como los que hoy se viven,
la mirada al pasado se convierte en una sugerente necesidad”.
El
patrimonio cultural como recurso turístico genera un valor netamente comercial
y no un valor en el sentido de percepción de cualidades estimables en una cosa
(Ballart 1997:61).
En otros
términos, las prácticas turísticas han llevado no sólo a la distorsión del
pasado sino que al conferir al patrimonio un valor sólo económico;
desaprovechan la extraordinaria e irrepetible oportunidad de contribuir a la
concepción de un patrimonio cultural como conocimiento y expresión de una
identidad, asociando reliquias históricas -patrimonio tangible- y el rescate de
la memoria -patrimonio intangible- (Prats 1998: 74).
Como señala G. Bonfil Batalla (1993: 21), el
patrimonio cultural “no estaría restringido a los rastros materiales del
pasado (los monumentos arquitectónicos, las obras de arte y los objetos
comúnmente reconocidos como “de museo”), sino abarcaría también costumbres,
conocimientos, sistemas de significados, habilidades y formas de expresión
simbólica que corresponden a esferas diferentes de la cultura, y que pocas
veces son reconocidas explícitamente como parte del patrimonio cultural, que demanda
atención y protección.” En este sentido el
museo debe estar orientado hacia la comprensión integral y cultural de la
comunidad que lo alberga, la recuperación de la memoria como fundamento de
la recreación de su identidad.
Sabemos que la historia la pensamos de forma parcial,
destacando ciertos hechos y omitiendo otros. El contenido los museos lo
demuestra, revelando ausencias que determinan visiones incompletas y
fragmentadas de la experiencia del pasado.
Son los museos y los archivos, no siempre
adecuadamente cuidados en nuestro país, los lugares de memorias; memoria
colectiva que no es recuerdo sino la presencia del pasado en el presente
mediante la transmisión y que por tal motivo no es ajena a los portadores.
(Girbal, 2003).
El Museo del Presidio de Ushuaia es un espacio
privilegiado para considerar la relación entre pasado y presente. A través de
encuentros con el turista podemos rescatar sucesos olvidados, ausentes en
la memoria del lugar.
Puede considerarse, siguiendo a Bonfil Batalla
(1993:25), que lo nuestro es todo aquello que manejamos, bien sea
material o simbólicamente; lo que hace que en una circunstancia nos sintamos
“entre nosotros” y en otra nos sintamos ajenos. Es la posibilidad de hablar de
cosas o acontecimientos que tienen significados para “nosotros” y tal vez no
para “lo otros”: son experiencias y memorias compartidas. En torno a ese
“nosotros” se define “lo nuestro”: objetos, espacios, relatos, testimonios.
Así, desde quienes nos visitan, nos descubrimos, nos encontramos y
desencontramos, construimos nuestra identidad.
Entendemos de acuerdo a Prats (1998: 67) que la
identidad es una construcción social y, como tal, un hecho dinámico aunque con
cierto nivel de fijación y perduración en el tiempo. Además, toda formulación
de la identidad es únicamente una versión de esa identidad.
El ex Presidio es uno de los lugares de la memoria no sólo por lo que representa el edificio histórico en sí sino porque debe ser un espacio para la reflexión y la interpretación; “interpretación como interversión” -incorporación de otros relatos, testimonios, visiones, versiones- e “interpretación como intervención” -incidencia del discurso del profesional en turismo en la construcción de versiones identitarias-
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